top of page
Buscar

Una historia del misterio 9: en busca de lo que es humano

  • Foto del escritor: Javier Arriero
    Javier Arriero
  • 9 sept
  • 3 Min. de lectura
ree


A finales del siglo XIX el universo y la naturaleza son ya fuerzas aparentemente predecibles. Hay un mecanismo que rige la inmensidad del universo, y Newton había logrado nombrarlo. Hay un mecanismo que determina la evolución de los seres que lo habitan, y Darwin había logrado deducirlo. Queda un único gran misterio: el ser humano. ¿No habría también un mecanismo oculto que guiara su conducta? ¿No podrían predecirse sus actos con la misma exactitud con que podía trazarse la órbita de un planeta?. Tras estos gigantescos descubrimientos que afectaban a cuanto le rodeaba ¿No podría el ser humano arrojar luz sobre su propia oscuridad?


El ser humano ha mostrado más interés por comprender cuanto está fuera de él que por comprenderse a sí mismo. Platón ya había apuntado que está compuesto por dos mitades: su cuerpo y su alma. La carne y aquello que está más allá de la carne. El hombre es un auriga que dirige un carro del que tiran dos caballos, uno es la razón y otro la sinrazón, uno remite a lo terreno y otro a lo divino. Hasta la irrupción del cristianismo, las ideas de Platón conforman la corriente filosófica más influyente de la antigüedad. Con Constantino, el cristianismo se convierte en la religión oficial del imperio romano, aunque la población sigue siendo mayoritariamente pagana. En realidad, lo que los cristianos denominan genéricamente paganismo es en realidad una compleja amalgama de creencias, desde el politeísmo supersticioso de la plebe hasta las corrientes mucho más elaboradas y metafísicas de los filósofos, como el estoicismo y sobre todo, el neoplatonismo. El cristianismo vence, y vence porque se adapta: acoge en su doctrina las corrientes neoplatónicas y reconvierte los ritos y supersticiones politeístas, transformándolas en celebraciones cristianas. Incluso llega a considerar a Sócrates y Platón como cristianos anteriores a Cristo, que es como decir que un padre se parece a su hijo. Paradójico, pero una de las aportaciones más novedosas del cristianismo, heredada del judaísmo, es una especie de maniobra mental que consiste en saltar por encima de la razón para aceptar como verdad lo increíble: la fe. El lema griego sólo sé que no sé nada se transforma en no hay nada que yo deba saber. Este nuevo posicionamiento ante el mundo resulta tan poderoso que logra imponerse, por encima de otras aportaciones igualmente revolucionarias del cristianismo, como el rechazo de la riqueza terrenal o la igualdad entre los hombres.


Reinterpretando los conceptos de Platón, el cristianismo establece un reparto de competencias que se prolongaría a lo largo de la edad media: mientras la carne queda sujeta a las leyes terrenales, el alma compete exclusivamente a Dios. No hay más verdad que la fe y cualquier forma de conocimiento es una intrusión en el misterio divino. Esa división de poderes se mantendría hasta la aparición de una nueva corriente de ideas que busca un nuevo enfoque: el retorno a la duda. Así comienza el renacimiento, y no es de extrañar que la inspiración más visible de los artistas renacentistas se remonte a la época anterior al cristianismo. En una lucha que duraría siglos y que tendría sus propios mártires, como Galileo o Copérnico, la búsqueda de conocimiento sustituiría poco a poco a la verdad de fe, y en el siglo XIX ese largo proceso toma la forma de revolución industrial. La ciencia ha dado un fruto extraordinario, la riqueza, y pasa a ocupar el pedestal de la religión.

Tras miles de años de vigencia, el texto del Génesis queda abierto; el soplo divino, el alma, ya no es competencia exclusiva de Dios.


Además de los apuntes realizados por Platón, la única definición razonable sobre el ser humano con que contaban los intelectuales del siglo XIX provenía de Aristóteles, que también señalaba la existencia de dos mitades: el hombre es un animal social. Darwin ya se había encargado de explicar cuanto de animal había en el hombre, pero quedaba la mitad oscura: aquello que lo diferencia de los animales, lo que le hace humano. La ciencia trata de encargarse, con sentido práctico, del aquí y el ahora. Si lograban predecirse las pulsiones que guiaban los actos de cada uno de los seres humanos que componían una sociedad ¿No podría predecirse el comportamiento de la sociedad entera? Y al predecirlos ¿No podría alcanzarse una forma de sociedad perfecta, una utopía hecha realidad? Desde el fracaso de La República de Platón jamás en la historia de la humanidad se había intentado un experimento semejante.

Dos hombres se lanzan en busca de la Gran Explicación de lo humano, y lo hacen desde dos perspectivas distintas; uno se ocupará del individuo, sumergiéndose en su interior, siguiendo la división de Platón entre cuerpo y alma. El otro se ocupará de las sociedades formadas por los individuos, siguiendo la división de Aristóteles entre lo animal y lo social.


CONTINUARÁ...


 
 
 

1 comentario

Obtuvo 0 de 5 estrellas.
Aún no hay calificaciones

Agrega una calificación
Susana
09 sept
Obtuvo 5 de 5 estrellas.

¿Uno de ellos es Freud???? y el otro ¿Marx?? a ver a ver. Yo os cuento que soy pagana y la verdad, en momentos de verdadero descalabro, me cuesta tener fe...pero al final, Dios, la Vida o Kuan Yin me salvan asi que...sí, creo¡¡¡¡

Me gusta
bottom of page