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Una historia del misterio 10: humanidad: modo de uso

  • Foto del escritor: Javier Arriero
    Javier Arriero
  • 19 sept
  • 5 Min. de lectura
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A finales del siglo XIX, la ciencia ha dado un fruto práctico; una tecnología capaz de multiplicar la riqueza del ser humano hasta límites inconcebibles. Desde el descubrimiento de la agricultura, cinco mil años atrás, ningún sistema de producción había generado unos excedentes semejantes. Esta apabullante producción de bienes, en contra de lo predicho por Malthus, superaba con creces la capacidad del ser humano de reproducirse hasta el límite de los recursos. Sin embargo, la gente muere de hambre en las calles, o trabaja en la semiesclavitud, sirviendo a esas máquinas que deberían haberlos liberado. Mientras la riqueza se multiplica, las condiciones de vida de la mayor parte de la población son espantosas, y cualquier ser humano sensible que asistiera a esta tragedia tenía que conmoverse. El arte abandona el romanticismo y se vuelve realista para denunciar la miseria de su propia época, tratando de devolver a los pobres una dignidad perdida. Mientras, los grandes magnates deforman las teorías de Darwin, convirtiéndolas en la coartada perfecta para justificar la opulencia del más fuerte. Durante la época de la hambruna de la patata en Irlanda, contemplando desde su carruaje a aquellos campesinos harapientos que agonizaban de hambre en el borde de los caminos, los nobles ingleses encontraban razonable que aquella chusma subhumana falleciera de inanición, víctima de su propia holgazanería.


Karl Heinrich Marx creía en el poder de las ideas, y decidió luchar contra la desigualdad elaborando una teoría que pudiera conducir a un reparto equitativo de la riqueza. Marx estudia las sociedades formadas por los individuos a través de la historia, y traza un mapa completo que recorre la historia de la humanidad desde el momento en que la deja Darwin, el neolítico, y la lleva hasta su culminación, la igualdad económica de todos los seres humanos en un futuro inminente. Ese mapa es el materialismo dialéctico, que define la historia de la humanidad en base a cómo produce el ser humano sus medios de vida a través de diversas etapas; esclavismo, feudalismo, capitalismo, y el fin inevitable, el comunismo. Así, la historia es el largo enfrentamiento de los distintos grupos humanos por los bienes materiales, una lucha de clases que acabará pronto con la victoria definitiva del comunismo.

Marx tiene algo de profeta bíblico y un rencor tan enconado hacia la religión (el opio del pueblo) que resulta casi sospechoso. Y esto nos da una pista de algo que él jamás hubiera admitido: aunque Marx era judío, sus teorías deben mucho al cristianismo. Son, en realidad, una especie de cristianismo sin Dios ni alma. Hay un fin de los tiempos inminente, una especie de juicio final en que todas las luchas acabarán y los pobres alcanzarán el paraíso, aunque se trata de pobres materiales y un paraíso material. Y aquí está el principal error de Marx: omitir completamente el espíritu.


Karl Marx, digámoslo ya, es un artista. Otorga al inmenso caos de la realidad un sentido. De hecho, es un excelente narrador, y sus obras podrían leerse como novelas decimonónicas. En ellas su protagonista, el ser humano, logra, tras una larga epopeya, alcanzar el paraíso terrenal que le ha sido vedado; una narración redonda con un final feliz. Como en El conde de Montecristo, el ser humano ha sido arrojado a la prisión de la esclavitud por un crimen que no ha cometido, pero en esa misma celda encontrará el medio de recuperar la libertad y conquistar un poder que le permita saciar su necesidad de justicia.


Karl Marx peca, si acaso, de mal poeta. En un buen verso, cada palabra es insustituible. Pero analicemos el siguiente verso que resume al materialismo dialéctico: el motor de la historia es la lucha de clases. Ahora sustituyamos lucha de clases por cualquier cosa que se nos ocurra. El motor de la historia es el comercio. El motor de la historia es la guerra. El motor de la historia es la búsqueda de placer. El motor de la historia es la curiosidad. El motor de la historia es el amor. El odio. La lencería femenina. O, dicho de otra manera, todos somos felices de la misma manera, pero cada uno es infeliz a su modo. Porque la felicidad no es más que la conjunción armónica de muchos elementos. Podríamos explicar la historia, y por tanto, al ser humano, desde muchos puntos de vista. Hay una historia heroica, apoyada en las decisiones de unos cuantos grandes hombres. Hay una historia de masas anónimas, que hace hincapié en el comportamiento de las sociedades. Hay una historia económica, militar, religiosa, y todas ellas son ciertas, pero ninguna de ellas es toda la verdad. Porque la verdad es la suma de muchos elementos. Marx toma la ecuación del ser humano y parece que logra resolverla, pero para ello tiene que recurrir a un truco: suprimir variables.



El capital se publica en 1867, y las teorías de Marx ganan adeptos rápidamente. Es como estar perdido en una cárcel y encontrar un mapa que indica la salida. Marx no sólo dice cuál es el problema, también dice, paso a paso, cómo hay que resolverlo. Además, el materialismo dialéctico se presenta como una verdad científica, suspendiendo el juicio crítico de sus oyentes. Como idea, el materialismo dialéctico tiene un gran poder de seducción. Pero ninguna idea es un manual de instrucciones. El materialismo dialéctico fue pergeñado desde el principio como una ideología. Exige algo muy concreto de nosotros. El objetivo final del materialismo dialéctico es suprimir el capitalismo por cualquier medio, incluida la fuerza, y convierte a sus lectores en militantes. Mientras que una idea es un texto abierto en el que podemos entrar, una ideología es un texto cerrado al que sólo podemos obedecer. Una idea pasa a formar parte de nuestra mirada y se funde con nuestra percepción de un modo que podemos hacer nuestro y adaptar a nuestra circunstancia. Una ideología es algo sellado cuyo único fin es imponerse sobre nuestra propia percepción y sobre cualquier realidad de un modo absoluto y genérico. Una idea contiene un silencio donde podemos entrar. Una ideología siempre debe leerse de forma literal. Es un corsé.


Mientras que el capitalismo parece fruto de una evolución Darwiniana, algo que, en cierto modo y en toda su imperfección, se ha ido desarrollando de un modo que podríamos denominar “natural” en la sociedad humana, el comunismo es un animal de laboratorio. Y cuando se suelta un animal de laboratorio dentro de una selva puede suceder cualquier cosa. Como Edmundo Dantés, el protagonista de El conde de Montecristo, el materialismo dialéctico busca justicia, pero en el camino acaba matando inocentes. Cuando el materialismo dialéctico se mide con la realidad, no encaja, y cuando trata de imponerse por la fuerza, aniquila a aquellos a los que pretendía liberar. La novela de Marx no puede llevarse a la práctica de una forma literal.


Pero además, el materialismo dialéctico es el modelo de todas las ideologías posteriores. Darwin y Newton habían creado un precedente de explicaciones totales que el materialismo dialéctico pretendía continuar. Lo malo de las explicaciones totales es que no dejan sitio a la duda. Ya no se trata de indagar desde la observación, como habían hecho Newton y Darwin, sino que se parte de un sentido para obtener una explicación absoluta, presentada como verdad científica y dogma de fe, y se recurre a la experimentación únicamente para corroborarla. De ese modo, el observador influye en lo observado. El siglo XX arranca lleno de verdades totalitarias mutuamente excluyentes. Y el control ejercido por los totalitarismos sobre los medios de comunicación amenaza la existencia misma de la duda. Amparándose en la nueva fe, la ciencia, los nazis tratarán de probar científicamente la superioridad de algo que probablemente ni siquiera existe, la raza aria. La técnica, el gran fruto de la ciencia, empieza a producir armas en lugar de cosechadoras. Y el ser humano, que creía haber dado un paso adelante en la resolución de su propio misterio, acaba ensombreciendo aún más la tiniebla contenida en su interior.



 
 
 

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Susi
25 sept
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Aprendo mucho, gracias

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