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Una historia del misterio 8: El hombre nunca ha estado solo: la mujer como misterio.

  • Foto del escritor: Javier Arriero
    Javier Arriero
  • 28 ago
  • 7 Min. de lectura
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El hombre nunca ha estado solo: la mujer como misterio



Imaginemos que la humanidad estuviera divida en dos mitades. Imaginemos que, durante la mayor parte de la historia, a una de las mitades de la humanidad se la hubiera impedido desarrollarse. Imaginemos también que esas dos mitades son dos formas de entender el mundo. Y que a esa otra forma de entender el mundo apenas se le permite hablar. Pues eso es exactamente lo que ha sucedido.

Es mucho más que perder la mitad de lo conocido, porque la totalidad es más que la suma de las partes. Sencillamente, el mundo habría sido distinto. Distinto, y mejor. Es así.


Sí tenemos dos versiones del génesis, y eso nos permite atisbar cómo podrían haber sido las cosas. En el primer relato de la creación Dios dice, hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza, y crea al ser humano en dos mitades, hombre y mujer, de un solo golpe. De forma completa y coherente.

Unas cuantas líneas después, en el segundo relato de la creación, el hombre, sorprendentemente, está solo; así que, con el único fin de remediar su soledad, Dios le quita una costilla y crea a la mujer. Este segundo texto no mira hacia atrás, no pretende modificar la lectura del texto anterior ni ofrecer otra visión de los hechos; simplemente, finge que esa otra versión anterior no existe. Y lo hace de un modo tan brutal que provoca en el conjunto una preocupante ausencia de lógica narrativa. Y sin embargo, ese segundo texto es el que se ha impuesto durante la mayor parte de la historia por los mismos medios con que se impone en el Génesis; por la fuerza. Ignorando de forma absoluta la otra versión de los hechos.


En realidad, si recorremos la historia, es como si le faltara una costilla. Más que una costilla, es como si le faltara la otra versión. Hay una larga sucesión de guerras, hazañas viriles, confrontaciones directas y nombres masculinos. Como en el cuadro de Goya, dos hombres enterrados hasta la cintura se dan de bastonazos hasta la muerte. Más allá del lienzo, allí donde no alcanza la mirada del pintor, dos mujeres se llevan las manos a la cabeza, impotentes. Durante la mayor parte de la historia, la mujer ha sido omitida del cuadro. Y cuando no ha sido omitida, se ha transformado en un misterio, reflejado en las venus prehistóricas como símbolo de una fertilidad mágica o en la virgen María como receptáculo de una concepción misteriosa y sagrada. La mujer es misterio en cuanto a lo que atañe a su diferencia física, es decir, a su sexo, aunque lo que atañe a su diferencia de pensamiento ha importado muy poco a lo largo de la historia. Cuando esa diferencia se ha mencionado, ha sido con el objetivo de menospreciarla. Para Rousseau, era una criatura débil y caprichosa, guiada por la bajeza de las emociones, en lugar de por el elevado ejercicio de la razón. Hoy sabemos que la emoción puede ser tan baja o tan elevada como la razón, y lo sabemos, en gran parte, gracias a las mujeres y a pesar de Rousseau. En las películas norteamericanas fue durante mucho tiempo un tópico recurrente el hecho de que “a la mujeres no hay quien las entienda”, incluso, se sugiere que no merece la pena ni intentarlo, porque son un misterio irresoluble para los hombres. Este tópico se mantuvo vigente hasta que las mujeres comenzaron a trabajar como directoras y guionistas y pudieron ofrecernos su propio punto de vista. Efectivamente, resulta imposible entender a alguien a quien no le permites expresarse con libertad. Es aterrador, pero siempre que se ha hablado de libertad, aunque sea de forma universal, se ha hablado de la libertad de media humanidad. En 1791, tras la victoria de la revolución francesa, se dicta la “Declaración sobre los derechos del Hombre y del Ciudadano”. Donde pone hombre hay que leerlo de forma literal, siguiendo la pauta marcada por la segunda versión del génesis. En todo el amplio cuadro de la revolución francesa, sólo una persona hablaba realmente de igualdad. Olimpia de Gouges, autora teatral, protagonista de la revolución y (ahora lo sabemos) auténtica precursora de la igualdad, propuso una lectura de este texto basándose en la primera versión del génesis. Es decir, propuso un texto complementario al de la Declaración de los derechos del Hombre que llevaba por título “Declaración sobre los derechos de la mujer”. Fue guillotinada.

A menudo se menciona que Olimpia de Gouges es la precursora del feminismo. El concepto feminismo parece definirse a sí mismo en contraposición a lo masculino (al masculinismo, podría decirse, pero no puede decirse porque esa palabra no existe, y quizá no existe porque el masculinismo ha existido siempre, pero carecía de antónimo). Es como si, al hablar de la abolición de la esclavitud, se hablara de la lucha de lo que es blanco contra lo que es negro. Donde pone feminismo debe leerse lucha por la igualdad, exclusivamente.

Olimpia de Gouges se adelantaba tanto a su tiempo que casi podría decirse que es una autora de ciencia ficción. En pleno siglo XXI, hay países donde sería lapidada por proclamar la igualdad de la mujer.


Cuando se trata con una verdad tan poderosa que obliga a releer el Génesis y la propia historia de la humanidad, sólo puede hablarse de nombres propios, porque es tarea de visionarios. El siguiente nombre propio es el de Mary Wollstonecraft. Mary Wollstonecraft tuvo una infancia desgraciada. Realizó a lo largo de su vida los diversos trabajos que en su época estaban destinados al sexo femenino: institutriz, modista, maestra y señorita de compañía. Gracias a Mary Wollstonecraft, en ese breve abanico de posibilidades detectamos la represión. También frecuentaba los círculos artísticos, y superó a todos los artistas de su época. Tuvo una hija, Mary Shelley, que escribiría una novela sobre un ser que descubre en su interior una humanidad que los demás le niegan; Frankenstein. Mary Shelley dijo de su madre que era “uno de esos seres que sólo aparecen una vez por generación, para arrojar sobre la humanidad un rayo de luz sobrenatural”. Una vez por generación, o menos.


La luz que arrojó sobre la humanidad está en un libro titulado “Vindicación de los derechos de la mujer”, editado en 1792. En él proclamaba la igualdad de todos los seres humanos. Decía que la educación que se les daba a las mujeres las hacía, precisamente, menos que humanas. Y era cierto. Estaba enfocada a convertirlas en señoritas de compañía bien vistas, es decir, servidoras del hombre dentro de un matrimonio. Y proponía el primer paso hacia la igualdad; una educación igual para ambos sexos.

Esto, hasta mediado el siglo veinte, fue también ciencia ficción. Si el arte se adelanta a su época, Mary Wollstonecraft se adelantó incluso al arte.


Las ideas de Mary Wollstonecraft chocaban frontalmente con la mentalidad imperante entre los hombres y mujeres de su época, que era sustancialmente la misma desde que una mano anónima escribiera la segunda versión del Génesis. Las ideas de Mary Wollsttonecraft tenían en su contra de miles de años de historia. También tenían otro enemigo enconado: el deseo de los hombres de que todo siguiera igual. Ninguna teoría con una mínima base ha sostenido jamás la práctica de la esclavitud. Platón la condenó, aunque Aristóteles trató de defenderla, lo que nos permite comprobar que hasta los más grandes hombres son humanos. Y sin embargo, pese a carecer de bases teóricas, es decir, de lógica, la esclavización de otros seres humanos fue una práctica habitual desde las primeras civilizaciones hasta finales del siglo XIX. Lo que sostuvo la esclavitud, retrasando con ello el desarrollo de una tecnología que liberara a toda la humanidad de los peores trabajos, fue una razón práctica impuesta mediante la fuerza. Y a veces el único recurso para acabar con ella fue, precisamente, el uso de la fuerza.


Tras la victoria de los estados del norte en la guerra de Secesión, los esclavos son liberados. Pero no basta con romper las cadenas para convertirlos en ciudadanos de pleno derecho. Se introduce una enmienda en la constitución que les otorga derecho de voto... derecho que se niega a las mujeres.

Mary Wollsttonecraft tenía razón cuando supuso que un acceso a la educación supondría, a la larga, el acceso a la libertad. Sin embargo, la enconada resistencia de la mentalidad de su época demostró necesaria una alteración en el orden de acontecimientos: para que las mujeres tuvieran acceso a la educación debían alcanzar primero el poder. Y el medio de ejercerlo es el derecho al voto.


En 1869, Harriet Taylor Mill y su marido John Stuart Mill (es decir, una auténtica representación de toda la humanidad en sus dos sexos) publican “El sometimiento de la mujer”. En él defienden que deben ser eliminadas las trabas legislativas que impiden a la mujer convertirse en ciudadano de pleno derecho. La mujer debe tener derecho al voto. El libro de Mill cosechó un gran éxito, lo que demuestra que Mary Wollsttonecraft había allanado el camino. Harriet Taylor y John Stuart no se adelantaron a su época, sino que fueron su voz, y gracias a ellos se inició un amplio movimiento sufragista internacional.

La lucha fue inusitadamente larga. El primer país en conceder a la mujer el derecho al voto fue Nueva Zelanda, en 1893. Le siguen Reino Unido (1918), Estados Unidos (1920) España (1931) y en un país tan civilizado como Suiza, la mujer logra el derecho al voto en ¡1974!


Es una larga lucha que todavía no ha concluido. Y sin embargo, la igualdad de mujeres y hombres es una verdad tan indiscutible como la ley de la gravedad, y ha repercutido en nuestra percepción del mundo y en nuestra sociedad de un modo determinante; desde la familia al estado, desde el orgasmo hasta el mercado laboral; por primera vez en toda la historia la voz de la mujer comienza a ser oída y respetada. Por primera vez ha dejado de ser un misterio. Pero queda mucho por recorrer. Mientras que hoy resulta impensable la defensa abierta de la esclavitud en cualquiera de sus formas, una gran parte de las mujeres situadas más allá de la cultura occidental viven oprimidas, y no son más que una costilla arrancada para servir al hombre.

 
 
 

1 comentario

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Susana
28 ago
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Absolutamente, yo tengo miedo de, tal y como están las cosas en España, de un día a otro pasé como "El cuento de la criada" y nos pongan un burka.

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