Una historia del misterio 5: el último peldaño de la torre de Babel
- Javier Arriero

- 9 ago
- 3 Min. de lectura

Hubo un momento único en que pareció que acababa de desvelarse el secreto de la naturaleza. Tras miles de años de vigencia, el Génesis tuvo que ser reinterpretado de nuevo. Y también aquí hay una narración. Érase una vez en que creímos haber desnudado el gran mecanismo del universo, y se lo debemos a un único hombre, al que la ciencia y la conciencia popular han equiparado al mismísimo Adán.
La historia es como sigue:
Isaac Newton era un matemático con una fórmula en la punta de la lengua. Estaba ahí, pero no lograba enunciarla. Una tarde, mientras dormitaba bajo un árbol, le cayó una manzana en la cabeza y ¡Eureka! Ahora se llama ley de la gravedad, y es el mecanismo que sostiene al universo.
Esto jamás sucedió tal y como cuenta la leyenda. La conciencia popular tiende a enriquecer la realidad con este tipo de narraciones, aparentemente sencillas pero tan cargadas de simbología como Caperucita Roja, que pasma por igual a los niños y a los psicoanalistas.
Veamos: si Isaac hubiera elegido para su siesta, digamos, un roble, no habría puesto en peligro su integridad física. La primera pregunta es ¿Por qué Isaac se duerme bajo un manzano, y no bajo un roble, o incluso un peral? Aquí vemos la mano del autor, anónimo, el mejor de los autores, porque es el único que busca la verdad y no la gloria.
En el Génesis no se menciona qué clase de fruta es el fruto prohibido, pero la conciencia popular necesita concreción y sustituyó la omisión por una manzana. Eso es precisamente lo que Isaac y Adán tienen en común. ¿Y por qué tendrían que tener algo en común?
Rebobinemos. La manzana se desprende del árbol y empieza a caer (ahora lo sabemos) a 9.8 metros por segundo hacia la coronilla de Isaac. Detengámonos justo ahí. ¿Por qué se desprende en ese preciso instante, y no antes o después? pues porque, junto a ese manzanazo, o más bien por culpa de él, Isaac está a punto de vivir una revelación. La conciencia popular, que en tiempos de Isaac aún era predominantemente religiosa, no podía dejar la resolución de tamaño misterio sobre la cabeza de un mortal, y lo de la zarza ardiendo era un recurso narrativo que carecía ya de verosimilitud. Para la conciencia popular de la época el misterio procedía de Dios, y Dios hacía tiempo que había dejado de hablar. Pero podemos ver su mano, hábilmente situada: es la que hace caer la manzana en el momento preciso. Aún así, sobre las cabezas de la gente puede caer cualquier cosa, desde macetas a rayos, y está constatado que con posterioridad al impacto los afectados tienden al aturdimiento, no a la genialidad. Pero a Isaac, tras el manzanazo divino, le llega la inspiración. Y qué es la inspiración, sino la voz inaudible de Dios. O sea que, como podemos comprobar, el relato funciona por sustitución, y está repleto de erotismo.
“Si he visto más lejos que los otros hombres es porque me he aupado a hombros de gigantes”. Esto es lo que dijo Newton acerca de sí mismo. Pero no eran gigantes. Eran muchos seres humanos de diversos tamaños, unos sobre otros, desde los astrólogos de Babilonia hasta Galileo y Copérnico. Bajo el genio de Newton está Euclides, Aristóteles, Pitágoras. La suma de todos sus aciertos, y también de todos sus errores. Cientos de seres humanos habían avanzado paso a paso en la oscuridad a lo largo de miles de años, y cada uno de ellos había colocado un ladrillo en la torre de Babel. “Toda la tierra tenía un solo lenguaje y unas mismas palabras”. Cuando Dios confundió el habla, se ocupó de las palabras, pero no de los números. Lo que hizo Newton fue servirse del único lenguaje universal, las matemáticas, para construir el último peldaño de la torre y mirar al cielo. Así es como descubrió la mecánica celeste. El firmamento no está sostenido por la voluntad divina. El firmamento está sostenido por la ley de la gravitación universal.
Así que Isaac Newton publica en 1687 la “Philosophiae naturales principia mathemática”, abre la caja del universo y muestra que en su interior hay un mecanismo de relojería. ¿Y Dios? Bien, no hay problema, Dios es el relojero. La ley de la gravitación universal y el Génesis son narraciones compatibles. Incluso complementarias.
Sorprendentemente, Newton no encontró un antagonista en la religión; encontró un antagonista en el arte.
CONTINUARÁ...



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