Memorias, de Teffi
- Javier Arriero

- 8 jul
- 3 Min. de lectura

Teffi es el seudónimo de la escritora Nadezhda Alexándrovna Lójvitskaya, una niña bien de San Petersburgo que no habría pasado de ser una eficaz autora de folletines, muy aplaudidos en su época, si no fuera por la revolución bolchevique. Huir de la revolución la llevó a padecer la peripecia tremenda que describe en estas memorias con un glorioso sentido del humor negro. Famosísima en su tiempo, Teffi moriría, olvidada, en París, en 1952. Los gustos cambian, y ella escribía para una sociedad a la que el comunismo liquidó. Pero las grandes obras permanecen, y esta es una gran obra.
Cuando los bolcheviques llegan al poder y el ambiente se hace irrespirable, además de peligroso, para la clase alta, Teffi decide escapar de Moscú. Acepta la oferta de un singular empresario teatral para realizar una serie de lecturas públicas en ciudades ucranianas. El trayecto, tan inverosímil como horrendo, se va convirtiendo en una huida desesperada, cruzando controles improvisados donde impera la ley del más fuerte a fuerza de encanto y soborno. Teffi atraviesa un imperio ruso en descomposición, escapando por los pelos de cada una de las ciudades en que pretende refugiarse mientras los bolcheviques avanzan y los blancos retroceden. No está sola en esta huida. Forma parte de una carrera multitudinaria que está llevando a los privilegiados cada vez más al sur, tratando de salvar la vida y el dinero que han podido reunir. Los últimos rezagados de Odessa ocupan un barco a la desesperada, logran ponerlo en marcha, y ahí es donde tienen lugar algunas de las escenas más reveladoras del viaje. Como en el barco no hay comida deciden asaltar otro barco cercano y “requisarla”. Tampoco disponen de carbón para alimentar las calderas, así que interceptan a un bote carbonero. Han de subir el carbón a bordo, lo que supone un problema insalvable, porque todos ellos son aristócratas.
“En ese momento, en la pasarela, junto a la baranda, se produjo un escándalo.
- ¡Perdón! – gritó alguien - ¿con qué fundamento se niega? Es usted un hombre fuerte, sano….
- ¡Le pido que me deje en paz!
- No, primero diga usted con qué fundamento se niega a realizar un trabajo para el que han sido convocados literalmente todos.
- ¿Con qué fundamento? – rugió un señor fornido – pues que soy noble y terrateniente y nunca en mi vida he trabajado, no trabajo y nunca trabajaré. ¡Nun-ca! Grábeselo bien.
Un rumor de indignación se extendió entre la multitud.
- ¡Perdón, pero si no trabajamos, el barco no se alejará de la orilla!
- ¡Mi marido también es terrateniente! – dijo una voz chillona.
- ¡Así acabaremos todos en las garras de los bolcheviques!
- ¡¿Y yo qué tengo que ver?! – aulló el hombre fornido con colérica perplejidad – Contraten gente, arréglense de alguna manera. Hemos vivido en una sociedad capitalista y trato fervientemente de mantener esos principios. Si a ustedes les gusta la basura socialista y el trabajo para todos, bajen a la orilla y reúnanse con los suyos, con los bolcheviques. ¿Está claro?”
El conjunto de parásitos petimetres solo logra descargar el carbón fingiendo que realmente no están trabajando, que se trata de una broma, de una divertida mascarada teatral. Las mujeres se ven obligadas a limpiar y cocinar el pescado robado, y cuando descubren que Teffi, la famosa escritora, se escaquea, desarrollan un repentino sentido de la lucha de clases y un inusitado aprecio por la igualdad. Teffi, obligada a cepillar la cubierta para acallar las quejas, decide afrontar ese esfuerzo impropio de su categoría social fingiendo que se trata de un juego infantil.
Y este giro genial que describe cómo el hatajo de nobles abandonados a sus esfuerzos se transmutan súbitamente en comunistas no es mío, sino de la propia Teffi, que muestra siempre una comprensión de los hechos afilada y amplísima, y una compasión sin límites.
Estos príncipes destronados y perseguidos contemplan nostálgicamente la línea de costa que va desapareciendo en el horizonte, creyendo que volverán a sus palacios dentro de una semana, de un mes, en la próxima primavera, y que cuanto contiene el universo volverá a pertenecerles.
Los más afortunados, los que consigan escapar, acabarán en Francia, trabajando como taxistas.
Memorias, de Moscú al mar negro, Teffi, editorial Libros del asteroide.



A mí tampoco me gusta trabajar, creo que soy noble