Libros que no presto: La encrucijada del roble, de Elizabeth Crook (editorial Siruela)

Los libros que prestas no vuelven. Hay razones que la razón no entiende, y una de ellas es que aquel al que le prestas un libro decide que, como lo ha leído y le ha gustado, ahora le pertenece. Por eso, en la estantería más escondida de mi casa, oculta a la mirada de las visitas, guardo los libros que jamás prestaré a nadie. Os lo compráis, cabrones.

Uno de ellos es “La encrucijada del roble”, un magnífico y entrañable ¿western? que viene a ser como si “Valor de ley” lo hubiera escrito Mark Twain. Nada menos. Y que ha pasado injustamente desapercibido.

Una madrugada, en las montañas de Texas, una pantera gigantesca ataca a una familia; solo Samantha y su hermano mayor, Benjamin, sobreviven. Los dos adolescentes, una pareja especialmente ingenua, pero terca, emprenden la caza de la bestia. Mejor dicho, la emprende Samantha, y su pobre hermano mayor lo único que puede hacer es seguirla en su locura vengativa para tratar de mantenerla con vida. Reto complicado, porque Benjamin no es especialmente hábil. Es un Ismael desnortado arrastrado por Ahab a la persecución enloquecida de Moby Dick, pero en este caso, Ahab es su hermana. Quien haya tenido hermanas pequeñas, como yo, se identificará fácilmente con el pobre Benjamin.

Benjamin nos cuenta la historia en primera persona como puede, desde la impotencia, el asombro constante y el humor involuntario, en un viaje trepidante en el que van encontrando personajes despiadados o heroicos, pero siempre desubicados, transidos por lo alucinatorio de una realidad en la que pretenden encontrar su lugar sin éxito, y a quienes la pareja de adolescentes les otorgan un sentido, al menos momentáneo, y una posibilidad de redención, en la búsqueda de la gran pantera. Por no mencionar al perro. Un perro cazador de panteras que, como todos los personajes de la obra, es pulgoso y entrañable.

¿Encuentran a la pantera? Sí. Y es un duelo épico. Pero lee el libro.