Libros que no presto: en defensa del error, Kathryn Schultz, editorial Siruela
- Javier Arriero

- 3 sept
- 3 Min. de lectura

El error es aquello que tenemos que evitar. ¿Verdad? Pues no. El error es útil. El error es creativo. Y no solo eso; el error es inevitable. Nuestro cerebro está diseñado para cometer errores.
Erramos en las grandes decisiones porque no tenemos todos los datos. Si los tuviéramos, acertaríamos siempre. Pero todos los datos no los tendremos jamás, porque no comprendemos el universo, ni llegaremos a entenderlo nunca. El cerebro no se ha desarrollado para ello. Evolutivamente, el cerebro está diseñado para sobrevivir en un entorno concreto, y nada más. Da gracias de que no yerras mucho más, porque podrías.
Pero incluso en los actos repetitivos, por muy fácil que nos resulten debido a la práctica constante, en algún momento, súbitamente, sin razón aparente, nos sorprendemos fallando. Nos cortamos con el cuchillo, cerramos mal una ventana, se nos cae el vaso de las manos. Y no entendemos a qué se debe ese fallo inexplicable. Pues se debe a que podríamos ser infalibles en todos y cada uno de los pequeños actos, pero el coste sería demasiado elevado para el cerebro. El cerebro es lo mejor que se puede conseguir con una energía limitada. La perfección absoluta requeriría una cantidad ilimitada de energía, y los homínidos, en general, pasaban más hambre que vergüenza, así que equivocarse de vez en cuando aunque resultara risible, o incluso aunque resultara peligroso, es inevitable si cuentas con una energía limitada.
Y este ensayo sorprendente dice aún más respecto al error; errar es una virtud. Porque implica creatividad. Supongamos que un homínido cualquiera obtiene siempre las mismas herramientas golpeando un bolo de pedernal exactamente de la misma forma. Así es como lo hacían sus padres, así es como ha aprendido a hacerlo, y así es como lo ha hecho desde niño. Pero, de forma ocasional, yerra el golpe. Se dañará los dedos, se hará cortes, y encima lo único que obtendrá es una esquirla inútil. ¿Por qué no soy más hábil?, se preguntará. La respuesta es que no es más hábil porque si ese error se repite (y vaya que se repite) con el paso del tiempo, que tiende al infinito, los homínidos habrán percutido el bolo de pedernal de todas las formas posibles. Y en casi todos los casos habrán obtenido dolor y esquirlas inútiles. Pero también, aunque solo sea en una ocasión, es inevitable, que, por pura probabilidad, uno de esos homínidos haya obtenido una cuchilla de pedernal más eficaz que cualquiera de las habituales. El error se ha convertido en acierto. Es una forma de creatividad involuntaria.
¿Cuántos descubrimientos debemos a este tipo de pequeños errores? Probablemente descubrimos así la agricultura, cuando se nos cayó agua, o estiércol, sobre unas semillas; probablemente así descubrimos la cerveza, cuando se nos empapó un silo de cereal por estar mal sellado; quizá, incluso, quién sabe, así descubrimos la rueda; pero no hay que irse tan lejos, porque así es como Fleming descubrió la penicilina, contaminando una placa de cultivo bacteriano, pese a su dilatada experiencia como investigador. Puede que debamos más aciertos al error que a los genios.
Casi siempre acertamos, sí, por eso seguimos vivos. Pero lo importante de esa frase es “casi”.
Este hecho asombroso, que el error es una forma inesperada de virtud, es lo que cuenta este originalísimo y divertido ensayo. El error es inevitable, así que no deberíamos culparnos tanto por cometerlo. Pero es que, además, el error es positivo. Nos ayuda a sobrevivir en este universo hostil. Porque el error es el modo en que nuestro cerebro nos obliga a ser permanentemente creativos, lo queramos o no, y ser creativos es lo que nos ha llevado hasta aquí. No fustigues a los demás con el ¡Te lo dije!, no pretendas tener razón siempre, porque no lo sabes todo y, por tanto, es imposible que la tengas siempre, y tampoco te flageles a ti mismo cuando metas la pata. Eres humano, así que yerras. Acéptalo en ti mismo, porque ese es el camino para poder aceptarlo en los demás, y da las gracias porque los errores te permiten aprender.
En ese sentido, esta obra, además, mejora muchísimo tu concepción de ti mismo y te vuelve más compasivo con los que te rodean, que no son pocos ni fáciles, porque los muy gilipollas se empeñan en tener razón. Y si no la tengo yo, ¿cómo la van a tener ellos?



Me encanta el final jajaja; es bastante liberador escuchar eso, que los errores forman parte de la vida ; )