Libros que no presto: Del cielo y del infierno, de Emanuel Swedenborg.
- Javier Arriero

- 12 jul
- 3 Min. de lectura

Emanuel Swedenborg ha conformado muchas de nuestras ideas acerca del más allá, y por tanto también ha conformado muchas de nuestras ideas acerca del más acá. Pero no lo sabemos.
La idea acerca del más allá que propone el catolicismo es muy abstracta, difícil de imaginar, insuficiente para los vivos: ascendemos ante la presencia de Dios y lo alabamos infinitamente. Es difícilmente concebible. Y en ese hueco de lo inconcebible se nos cuela Swedenborg, aunque no sepamos ni quién es.
Emanuel Swedenborg, nacido en 1688, era un científico sueco brillante y reputado. Entre otras muchas genialidades, fabricó lentes ópticas para ver lo más pequeño y lo más grande. Pero ese ver lo grande y lo pequeño eran para Swedenborg dos formas de impotencia. Lo que realmente deseaba era desentrañar la esencia misma del mundo. Y lo logró. Pero por otros medios.
En 1745, cuando tenía 57 años, Emanuel está comiendo en su taberna favorita cuando de repente cae la oscuridad sobre sus ojos. Cuando recupera la vista , la luz ha cambiado y ve, en modo alucinatorio, a un misterioso hombre que desde una esquina le dice: “No comas demasiado”.
Esa misma noche, ese mismo hombre se le aparece en sueños y le anuncia que es Dios. Y que le ha escogido a él, Emanuel, para que cuente a los vivos con todo detalle cómo es el más allá. Porque conocer la naturaleza exacta del más allá transformará nuestras mentes, y por tanto, transformará nuestro mundo. Habrá un antes y un después de esa revelación, por lo que constituirá una especie de segunda venida, un apocalipsis incruento tras el cual nunca volveremos a considerar que Dios no existe o que es ajeno a nosotros o que no interviene para aliviar nuestro sufrimiento.
Y para que Emanuel Swedenborg pueda describir con detalle el más allá, Dios le permite acceder libremente a cualquiera de sus lugares.
Y vaya si Emanuel viaja. Recorre el limbo, el cielo y el infierno, observándolo todo con asombro. Y lo que describe es que cuando morimos pasamos a un lugar intermedio, muy semejante a la realidad que hemos conocido, para que nos vayamos aclimatando a lo que vendrá después. En ese limbo, espíritus guías nos ayudan en nuestro camino. Por supuesto, ese lugar es ante todo espiritual, por mucho que a nosotros nos parezca un lugar físico. Pero la tierra también es un lugar espiritual, asegura Swedenborg, aunque nos parezca un lugar físico. Y lo es porque el amor de Dios lo atraviesa todo. Cuando decidimos ascender hacia el cielo, nos unimos en comunidades de espíritus afines que apoyan emocional y espiritualmente a los vivos. Esos ángeles nos acompañan de forma constante, tratando de ayudarnos, aunque respetan nuestro libre albedrío. Por tanto, nunca estamos solos. Por tanto, nunca somos insignificantes. El más allá y el más acá conforman un mismo todo atravesado por el amor divino, que todo lo habita.
No hay condena al infierno; cielo e infierno son elecciones del alma. Cuanto más amor somos capaces de sentir, más ascendemos hacia la unión con nuestros semejantes y con la esencia de lo divino, y por tanto, más ascendemos hacia el cielo. Cuanto más egoístas somos, tanto en vida como en el más allá, más descendemos hacia el aislamiento y, por tanto, hacia el infierno. Es nuestra elección. Porque siempre, aquí y allá, elegimos.
Es una visión del mundo tan sugerente, tan poderosa, de alguna manera tan lógica, que resuena en nuestro interior. Como si nos estuvieran contando algo que, en el fondo de nuestro ser, ya supiéramos y hubiéramos olvidado.
Lo que raramente se menciona es que Swedenborg también narraba que Mercurio está poblado, al igual que la tierra, por humanos. Eso nos sacude por los hombros y nos obliga a despertar del sueño. Pero es un sueño tan hermoso que no queremos despertar. Por eso se omite.
Swedenborg era protestante, y sus obras influyeron enormemente en el protestantismo. Numerosas iglesias de los cinco continentes consideran hoy sus obras como una verdad revelada. En Asia le llaman el buda blanco. Y tuvo también tuvo una gran influencia en artistas y filósofos de su época, que a su vez influyeron en artistas y filósofos posteriores. Sus ideas se extendieron como las ondas que genera una piedra arrojada a un lago. Por eso, aunque jamás hayamos oído hablar de El cielo y del infierno, su obra impregna nuestra mentalidad sutilmente.
La edición que yo poseo, de la editorial Siruela, es preciosa, pero está agotada desde hace décadas. Lástima. No obstante, hay otras ediciones disponibles.



Gracias por ampliar nuestro universo lector y más con estos temas en los que ,algunas, llevamos trabajando tiempo: que elegimos el amor sobre el odio porque todo se vuelve más fácil