Guerrilla, una historia nueva de la guerra de la independencia, de Antonio J. Carrasco Álvarez (editorial Desperta ferro)
- Javier Arriero

- 24 jun
- 2 Min. de lectura

Una narración ágil, una documentación sólida, un trabajo de décadas y una conclusión detacable: la guerrilla no ganó la guerra de la independencia. Eso estaba más allá de su alcance. La guerra la ganó el ejército regular con la ayuda de Inglaterra. Pero la guerrilla, con su omnipresencia, evitó que Napoleón pudiera crear y administrar un reino títere, que quizá podría haberse prolongado más allá de su caída. O, como mínimo, Napoleón podría haber anexionado a Francia la mitad norte de España, quizá de forma definitiva.
No hubo una sola forma de guerrilla, hubo muchas. A veces, un soldado de permiso aparecía muerto en un pajar. A veces, una partida formada por campesinos se unía para atacar a un correo o tendían una emboscada a una patrulla francesa y después volvían a sus casas. A veces, soldados profesionales de un ejército regular que acababa de ser derrotado se aglutinaban en una partida, aislada en territorio enemigo, a la que podían sumarse milicias locales hasta formar un contingente capaz de asaltar trenes de suministros fuertemente escoltados. Todos ellos eran guerrilleros, y no simples bandoleros, porque todos ellos cumplían las sucesivas leyes promulgadas por las cortes de Cádiz para otorgar legitimidad a la lucha contra el invasor por parte de cualquiera, en cualquier momento y en cualquier parte.
Las cortes de Cádiz no esperaban obtener de este modo una victoria definitiva contra el ejército más eficaz de su tiempo. Esperaban que a Napoleón le resultara más oneroso permanecer en la península que abandonarla. Porque el invasor solo invade para obtener ganancias, y lo que estaba obteniendo el imperio francés en España eran pérdidas. Napoleón, y su hermano José, al que había sentado en el trono de España, podían mantener la península sometida empleando más soldados, que ocupaban las plazas fuertes y las ciudades. Pero los soldados no podían salir de ellas, porque el campo y los caminos eran de la guerrilla. Eso hacía muy difícil cobrar impuestos, hacer cumplir las leyes, trasladar suministros de una fortaleza a otra o asegurar las comunicaciones.
Napoleón podía vencer, pero no convencer. Podía poseer el reino sobre el mapa, pero no podía administrarlo. España se convirtió en una pesadilla para las tropas franceses, que vivían en permanente estado de alerta, porque cada rincón, taberna, calleja y sendero eran territorio enemigo. Y resultó también una pesadilla para Napoleón, que no logró establecer un gobierno que rindiera beneficios a Francia.
Se ha escrito mucho acerca de la guerrilla en España, pero raramente se ha escrito tan bien.



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