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Cuando las profecías fallan, editorial Reediciones anómalas

  • Foto del escritor: Javier Arriero
    Javier Arriero
  • 23 ago
  • 4 Min. de lectura
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Necesitamos creer que somos seres racionales porque necesitamos una sensación de seguridad. Que en este universo solo puede ser eso, una sensación, una ficción, un falacia, porque el universo es caótico. Por eso no podemos predecir el futuro. Para intentarlo solo podemos basamos en el pasado, pero si algo define al futuro es que no se parece al pasado. Aún así, la necesidad persiste, y es imperiosa. Necesitamos creernos capaces de conocernos y de conocer, de prever, para evitar estar sometidos a un permanente estado de ansiedad. La incertidumbre nos resulta insoportable, y por eso siempre hemos recurrido a la fantasía para reducirla. Si creemos que ahí arriba hay alguien que lo sabe todo y lo controla todo solo tenemos que ganarnos su favor para mantener las cosas en su sitio, lo que se logra mediante rituales. Así funciona la religión. Pero cuando a los dioses los mató la ciencia, que es verdad que aporta cierta seguridad, pero tampoco tanta, tuvimos que recurrir a la ciencia ficción. A los ovnis, por ejemplo.


El proceso mental es el mismo que el de la religión: ahí arriba hay unos seres que lo saben todo y lo controlan todo, solo tenemos que contactar con ellos para ganarnos su favor. Si no podemos contactar físicamente, porque los extraterrestres, como los dioses, no se muestran, lo hacemos telepáticamente. Demuéstrame tú a mí que no recibo mensajes telepáticos de los ovnis. Y si me pides una prueba, pues te la voy a dar; qué mejor prueba que la de adivinar el futuro. Un futuro intenso, porque si te digo que va a haber una crisis inmobiliaria estoy construyendo una narración muy pobre, muy materialista, muy de clase baja, pero si te digo va a explotar el mundo de una forma espectacular, como en una película de catástrofes, ahí sí que te excito.


Te excito mucho, pero es difícil que me creas. Que voy a morir horriblemente de forma inevitable no es algo que me guste oír, mucho menos algo que quiera creer, y la premisa de la creencia es el deseo. Pero si te juro que te vas a salvar, porque a ti y a mí nos van a rescatar los marcianitos en el último momento porque a ti y a mí nos han elegido de entre todos los humanos, te genero el problema, te ofrezco la solución y te doy el premium de que te sientas superior a los demás. Una estrategia de marketing infalible. Por eso, si te digo que el 20 de noviembre a las 18:07 (conviene ser preciso, porque los detalles aportan verosimilitud) se va a partir la tierra en dos pero tú y yo vamos a ascender a los cielos, me cago, y el miedo es el mejor medio de manipulación, pero a la vez me alivio, porque me salvo y encima tengo premio.


Ahora bien, si algo define a las profecías es que fallan. Y, ¿qué sucede cuando las profecías se incumplen descaradamente? Llega el 20 de noviembre a las 18:07 y no pasa nada. Ni el 21. Ni el 22. Ni el 23. Ni el 24. Como alguien se ha equivocado, y los extraterrestres y los dioses no pueden equivocarse porque son sabios, he debido interpretar erróneamente el mensaje divino. Y chim pum. Va a ser el mismo día a la misma hora, pero dentro de quince años.

Si fuéramos mínimamente racionales, incluso dentro de nuestra irracionalidad esencial, pensaríamos que nos han tomado el pelo y fin de la fiesta. Pero no es eso lo que suele suceder. Lo radicalmente extraño es que la mayoría de los creyentes no solo siguen siéndolo tras el incumplimiento flagrante de la profecía, sino que se refuerzan en su creencia.


Este extraño fenómeno es lo que decidieron estudiar un grupo de psicólogos. Para ello se infiltraron en un grupo contactista que juraba que el fin del mundo era inminente porque se lo habían comunicado telepáticamente los extraterrestres. Cuando no se acabó el mundo en la fecha anunciada, algunos miembros abandonaron el grupo. Pero otros siguieron en él de forma firme y decidida. ¿Por qué algunos, los menos, decidieron abandonar el grupo y otros, los más, persistieron incluso con mayor encono en sus fantasías? ¿Porque unos eran más inteligentes, o más racionales, que otros? No. Abandonaron los que menos tiempo, dinero y esfuerzo habían invertido en el grupo, los recién llegados, los que ocupaban un escalafón más bajo entre los elegidos. Se reafirmaron aquellos que más tiempo, dinero y esfuerzo habían invertido, los que ocupaban un lugar más prestigioso en el grupo. ¿Pero ellos mismos eran al menos mínimamente conscientes de la verdadera razón por la que se reafirmaron en sus creencias ciegas, que no era otra que la ed evitar la pérdida de lo ya invertido? Eso, y la de perder su posición de prestigio dentro de un grupo humano. Pues no, no eran conscientes en absoluto. Sencillamente, los extraterrestes informaron telepáticamente a la principal médium del grupo (había varias compitiendo entre sí encarnizadamente por el puesto) que no se había equivocado nadie, ni ella interpretando los mensajes ni los extraterrestres transmitiéndolos, lo que sucedía es que se había producido un cambio cósmico a última hora y el fin del mundo se posponía hasta nuevo aviso. Y patada hacia delante.


No es fácil abandonar un grupo de estas características, y no porque necesariamente funcionen de forma sectaria. En parte es porque quien nos ha asegurado que habla con los extraterrestres no nos está engañando necesariamente para sacarnos dinero. Nos está engañando, pero muy a menudo, lo hace inconscientemente, porque está sometido a su propia fantasía delirante. ¿Miente? No. Él mismo se lo cree. En parte, también, por otro mecanismo mental que atiende más a la lógica, aunque no atienda mucho, que es intentar no perder lo invertido. Pero hay otros dos aspectos aún que pesan en la balanza; la de renunciar a sentirse escogido y perder nuestro lugar de importancia dentro de un grupo humano. Abandonar el grupo implica renunciar a todo ello y además quedarse solo.


Publicado por primera vez en 1955, este fascinante documento nos permite atisbar el abismo de credulidad que llevamos dentro y por el cual nos entregamos con entusiasmo a cualquier forma de locura que se nos vaya ocurriendo, que no son pocas, con tal de obtener una sensación de seguridad y un puesto de de preeminencia en un grupo. Y si no logramos obtener la preeminencia en ningún grupo de los ya existentes, pues creamos uno nuevo ideando una nueva mitología que lo arracime. Y a vivir.

 
 
 

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Susana
23 ago
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I want to believe

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